20/1/10

La invisibilidad según Zygmunt Bauman

El sociólogo de reconocida trayectoria rechaza la hipótesis largamente abordada por los investigadores, que ponen al Holocausto en serie con otros acontecimientos antisemitas europeos y cristianos, restándole universalidad al circunscribirlo al campo de la historia judía. También combate la idea del Holocausto como resabio (si bien excepcionalmente horroroso) de factores pre sociales que nuestra civilización moderna y el desarrollo de su ingeniería social aún no habrían podido domesticar, pero estarían en vías (al menos potencialmente) de hacerlo.
Esa última hipótesis es la que Bauman intenta dar por tierra al sostener que el sentimiento moral es una condición humana pre social, no producida, no originada, no causada por la organización societaria. Sostiene asimismo que
la regulación moral desaparece, se anula, se neutraliza o se subvierte en condiciones de burocratización, despersonalización y des responsabilización moral de los lazos interpersonales. Condiciones estas últimas que, justamente, la modernidad tardía revela como intrínsecos al desarrollo de la sociedad capitalista contemporánea. En este sentido ( siguiendo a Herbert C. Kelman), Bauman resume su idea acerca de la producción social de la indiferencia moral: “las inhibiciones morales ante las atrocidades violentas disminuyen cuando se cumplen tres condiciones, por separado o juntas : la violencia está autorizada (por unas órdenes oficiales emitidas por los departamentos legalmente competentes); las acciones están dentro de una rutina (creadas por las normas de gestión y por la exacta delimitación de las funciones); y las víctimas de la violencia están deshumanizadas (como consecuencia de las definiciones ideológicas y del adoctrinamiento).
El autor destaca que las dos primeras condiciones mencionadas son “los principios de la acción racional que las instituciones más representativas de la sociedad moderna han convertido en principios universales.” (Pág. 43). En tanto que la tercera condición es producto de un mecanismo social que hizo posible implicar un gran numero de personas en la perpetración del genocidio, sin que tuvieran que “enfrentarse con difíciles opciones morales ni con la necesidad de sofocar la resistencia de sus conciencias.” (Pág 46.). Este mecanismo es
reflejo de una característica intrínseca de la organización social moderna: la mediación de la acción. El fenómeno consiste en interponer una distancia entre las intenciones y las realizaciones prácticas, llenando el espacio entre estas dos cuestiones con multitud de actos pequeños y de actores intrascendentes. De esta manera, el aumento de la distancia física y psíquica entre el acto y sus efectos, invalida el significado moral del acto. Y así anula el conflicto entre las normas personales de la decencia moral y la inmoralidad de las consecuencias sociales del acto. Esta “normal” situación en el funcionamiento de la organización social se profundiza notablemente cuando se consigue que las víctimas sean psicológicamente invisibles. Las sucesivas mejoras en la aplicación de la tecnología en el Holocausto en pos de distanciar a los ejecutores de sus víctimas, demuestra la efectividad y eficiencia del método. Pero aún más, la experiencia del Holocausto, mostró un perfeccionamiento de este fenómeno haciendo invisible la humanidad de los judíos. Al despojarlos de su derecho de pertenecer a la nación y el Estado alemán, los nazis lograron excluir del universo de obligaciones a sus víctimas. El concepto, acuñado por Helen Fein, citado por Bauman, se refiere al círculo de personas con “obligaciones recíprocas de protegerse mutuamente y cuyos vínculos surgen de su relación con una deidad o con una fuente de autoridad sagrada. (Y) señala los límites exteriores del territorio social dentro del cual se pueden plantear, con sentido, las cuestiones morales. (…) Para que la humanidad de las víctimas pase a ser invisible, lo único que hay que hacer es expulsarlas del universo de obligaciones.” (Pág. 49)A su vez desde el punto de vista de la acción burocrática, la “deshumanización comienza cuando, gracias al distanciamiento,” (inisivilidad física y psicológica) “los objetos hacia los que se dirige la operación burocrática se reducen a un conjunto de medidas cuantitativas” (Pág. 128). Cuando los objetos humanos son reducidos a objetos administrables pierden su carácter específico, y el universo discursivo en cual cobran existencia excluye enunciados éticos. A su vez el lenguaje burocrático en su intrínseca tendencia racionalista, utiliza una terminología (disparar contra unos blancos, destruir la competencia, etc.) que anula el recuerdo y la percepción de la humanidad de estos objetos.
Para el autor, la sociedad occidental está atravesada por un meta relato mítico acerca de su propio significado dentro del proceso civilizador. En este mito se revelan conceptos subyacentes en el sentido común de nuestra era moderna y contemporánea. Así, por ejemplo el Estado representaría al buen jardinero que limpia de malezas su jardín, dando por sentado la división del mundo entre buenas y malas plantas; o al Bien de la razón luchando contra la irracionalidad del Mal; o a la barbarie humana requiriendo aún más civilización para ser domeñada y controlada, etc. Según esta visión el Holocausto seria “un fracaso de la civilización (es decir de las actividades humanas guiadas por la razón) en su contención de las predilecciones naturales enfermizas de lo que queda de naturaleza en el hombre.” (Pág. 34). Sin embargo Bauman, apoyándose en exhaustivos estudios socio históricos, pone en evidencia que el mundo del Holocausto “Llegó (…) sobre un vehículo construido en una fábrica, empuñando armas que sólo la ciencia más avanzada podía proporcionar y siguiendo un itinerario trazado por una organización científicamente dirigida. La civilización moderna no fue condición suficiente del Holocausto, pero sí fue, con seguridad, condición necesaria. Sin ella el Holocausto sería impensable. Fue el mundo racional de la civilización moderna el que hizo que el Holocausto pudiera concebirse.” (Pág. 34)
No se trata de pensar que las formas de organización moderna (la burocracia) producen indefectiblemente fenómenos parecidos al Holocausto, sino que las normas de la racionalidad instrumental no tienen la capacidad de evitar esos fenómenos. No hay nada intrínseco a esas normas que juzgue como incorrectos los métodos que se aplicaron durante el Holocausto, o considere irracionales las acciones que esos métodos generaron. En palabras del autor: “ También sostengo que el espíritu de la racionalidad instrumental y su institucionalización burocrática no solo dieron pie a soluciones como las del Holocausto sino que, fundamentalmente, hicieron que dichas soluciones resultaran ‘razonables’, aumentando con ello las probabilidades de que se optara por ellas. Este incremento en la probabilidad está relacionado de forma más que casual con la capacidad de la burocracia moderna de coordinar la actuación de un elevado número de personas morales para conseguir cualquier fin, aunque sea inmoral”. (Pág. 39)
Lo terrorífico del Holocausto mas allá del terror que representó para sus contemporáneos y sus víctimas, es el hecho de que no fue la antítesis de la civilización moderna. Las condiciones que lo hicieron posible (si bien reunidas de manera excepcional) son intrínsecas a nuestra civilización tal como la conocemos, por su espíritu, sus prioridades, su cosmovisión y los caminos que propone para el logro de una felicidad perfecta. “En la Solución Final, el potencial industrial y los conocimientos tecnológicos de los que se jactaba nuestra civilización alcanzaron nuevas cuotas al enfrentarse con éxito a una tarea de una magnitud sin precedentes. Y en esa Solución Final, nuestra sociedad nos ha revelado que tenía una capacidad que no habíamos sospechado hasta entonces.” (Pág. 30).
“propongo que tratemos el Holocausto como una prueba rara, aunque significativa y fiable, de las posibilidades ocultas de la sociedad moderna.” (Pág. 33, el subrayado es del autor.)
Zygmunt Barman, Modernidad y holocausto. Ediciones Sequitur, Madrid 1997

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