19/12/08

sujetos a la historia


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El proceso civilizador
El llamado Holocausto no fue un accidente terrible de la historia ni una muestra más de la supervivencia de conductas irracionales en el seno de nuestra sociedad, sino un exponente único, aunque de ninguna manera perimido, de rasgos esenciales de la civilización moderna tal como nos toca vivirla en esta etapa particular del desarrollo capitalista.
Michael Löwy reflexiona acerca de la irrupción en la era moderna de una barbarie civilizada:
“¿En qué consiste el "proceso civilizador? (…) uno de sus aspectos más relevantes es que la violencia ya no es ejercida de manera espontánea, irracional y emocional por los individuos, sino que es monopolizada y centralizada por el Estado, específicamente por las fuerzas armadas y por la policía. Gracias al proceso civilizador, se controlan las emociones, la vida social es pacificada y la coerción física se concentra en manos del poder político”. Pero el control social en manos del estado oculta una faceta fundamental. A la hora de comprender el mecanismo impersonal de las reiteradas manifestaciones de barbarie producidas justamente en medio de la modernidad, y en nombre de supuestos universales de paz social y seguridad nacional, se revela un reverso siniestro que no es otro que “el formidable potencial de violencia acumulado por el Estado”.
Löwy coincide junto a muchos otros intelectuales en señalar que en el siglo XX, con la primera guerra mundial, se traspone un umbral, se asiste a un cambio cualitativo en los modos de control social. El autor caracteriza a la barbarie moderna como aquella en la que se hace uso de medios técnicos modernos para el asesinato y el exterminio en masa; se despersonaliza la relación entre víctimas y victimarios: existe una gestión burocratizada y administrativa de la masacre. Aunque no todos los genocidios y masacres del siglo XX pueden considerarse modernos en el mismo grado, es pertinente considerarlos como productos del proceso cilivizador que intentan llevar adelante los estados que los cometen. Por lo tanto la violencia estatal es intrínseca al origen de todos los genocidios de nuestra era. Esto es, mas allá de las diferencias particulares, lo que pone en serie a Auswichtz, los campos soviéticos estalinistas, Nagasaki e Hiroshima, las masacres coloniales, los pogromos, los genocidios perpetrados durante las dictaduras latinoamericanas, la guerra estadounidense en Viet Nam, etc.
La aparición de estos modos modernos de genocidio "constituyen al mismo tiempo una ruptura con la herencia humanista y universalista del siglo de las luces. Y un ejemplo aterrador de las potencialidades negativas y destructivas de nuestra civilización."
El autor propone rechazar entonces las interpretaciones que suprimen las diferencias entre Auswichtz y otras formas de barbarie burocrática militar en un intento de mantener vivo el debate acerca de la esencia de la modernidad, abandonando el reduccionismo conceptual de un supuesto progreso lineal de la historia.

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