21/7/09

el valor en el teatro


Una puesta que respete los procedimientos teatrales que en su momento dieron vida a los orígenes de un género, puede considerarse una remanencia. Un modo de percibir el teatro según los cánones de una época pasada.

Entonces habría un teatro nuevo o emergente y uno viejo o de tradición. Lo nuevo pareciera tener su brillo y lo de emergente: originalidad, apertura…valores positivos. Pero las paradojas existen. Cuando Barruti encara los textos discepoliano, escritos en la primera mitad del siglo XX, construye universos poéticos que escapan por vivos a las categorías de nuevo versus usado. Es que en teatro no hay garantías, y puede pasar (no es tan excepcional), que los actores se aplasten bajo lo discursivo de un texto. Y ni se asomen a la teatralidad que el hecho de las tablas pide a gritos.

En esto de la teatralidad es donde el director de “Babilonia" y “El Organito” transpira la camiseta escénica de épocas doradas. Y hace al espectador vibrar un género histórico en todo su esplendor. Y, si está dispuesto, vislumbrar en los procedimientos de la puesta los gérmenes de futuras rupturas neo grotescas, incluso absurdistas. Gracias a la maestría de Barruti, uno disfruta forma y contenido encarnando en el espacio escénico, lugar de enunciado donde la letra de Discépolo puede cobrarse la vigencia que la habita.

Lo nuevo del teatro no es histórico, sino ceremonial. Fuerzas convocadas en el templo laico del teatro. Ruedo que eligió Armando Discépolo para denunciar la torcida mueca de asco y regocijo que los poderosos de turno depositan en las filas más devastadas, agrotescadas, de nuestra sociedad. Queda al espectador ponerse el sayo de compasión por el prójimo o crueldad de dueño.


Laura Lago

Publicado en el diario Diagonales de La Plata, diciembre 2008.


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