21/7/09

pero la ausencia es peor


Siglo veinte ¿estás ahí?

Sí.Entre los escombros


¿Quién puede dudar de que demolición y masacre son parte de nuestro paisaje mental? ¿Usted? ¿Yo? ¿Él? Es una certidumbre que ha sentado sus reales en todo ámbito de nuestra vida pública. Un dato: hay entradas para todo tipo de museos, que justamente amontonan algo de lo que un suceso pasado ha dejado como huella, como cifra, como marca de un real ya ido para siempre. Ido pero no perdido, precisamente por ser resto que, arruinado, habla para el que sepa descifrar. Aunque la fiebre coleccionista a menudo acompañe estos emprendimientos seudo documentales, en los que, mal que nos pese, es la memoria de los coleccionistas la que se transmite. Su valor tendrán. No es eso lo que me ocupa ahora.

Es sentido común pensar lo arruinado como cosa despreciada e inconclusa. Despreciada pues qué puede hacerse con eso más que convertirlo en mercancía simbólica, mudándola a la bolsa de valores de la cultura y la historia, para que vuelvan a costar. Inconclusa porque hacer hablar a los restos, como todo perito sabe, es hacer andar el tiempo de revés hasta un origen ficcionado pero probable. Rememorar un cuento acribillado de blancos. Una producción de memorias en el mar de los sargazos.

Pero Gérad Wajcman dice más. Dice que bien mirado, ruinas hubo siempre. El psicoanalista francés ocupado en temas de arte, argumenta que las ruinas, si bien son un objeto contemporáneo, lo son del tiempo anterior a la Solución Final. Y que en el medio del siglo XX, la solución final cavó la destrucción sin ruina: inventó La Ausencia. Las cámaras de gas fabricaron una negación radical, un olvido absolutizado de esas “cargas” destinadas a entrar en el penúltimo eslabón de la maquinaria. Esa operación final y planificada para no dejar huella de las huellas, volver inimaginable, indecible que algo haya sucedido, porque no dejará restos ni lugar a partir de los cuales una memoria pueda olvidar. La Ausencia. Una hiancia, un agujero. Sin ruinas la memoria misma está muerta, en su lugar la borradura, la abolición radical, un objeto que sale al cruce de toda reminiscencia platónica, porque aniquila el objeto y la memoria del objeto.

Que un grupo de artistas se auto denomine ESCOMBROS, no es en principio muy optimista, ni trae a los incautos receptores de sus acciones un mundo de relax y bonanza new age. Aunque pensándolo otra vez, bastaría levantar el prolijo tapete debajo del cual la servidumbre del arte acumula la mugre, para sentirnos reconfortados con tal título. Diría yo, que gusto de las dualidades, por dos motivos. Primero: quién puede vanagloriarse de ser artista sin ensuciarse las manos con la masa sangrienta de este mundo. Segundo: mientras haya escombros, mientras alguien rescate nuestras huellas del olvido, y la rara fe que el arte inocula sirva para atestiguar lo que ha sido y aquellos que han sido, no estará cancelado el pasado y con él podremos enviar las flechas mas sabias al blanco de nuestro futuro."


Laura Lago

Publicado por el Diario Diagonales de La Plata, martes 22 de julio de 2008

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